Un día de otoño estaba en un parque, absorto en la contemplación de una hoja muy pequeña pero hermosa. Su color era rojizo y apenas se sostenía en la rama, casi lista para caer. Pasé mucho tiempo con ella y le hice muchas preguntas…
Le pregunté a la hoja si tenía miedo porque era otoño y las demás hojas estaban cayendo. La hoja me dijo: «No. Durante toda la primavera y el verano estuve muy viva. Trabajé duro y ayudé a nutrir al árbol, y mucho de mí está en el árbol. Por favor, no digas que soy solo esta forma, porque la forma de hoja es solo una pequeña parte de mí. Yo soy todo el árbol. Sé que ya estoy dentro del árbol y, cuando vuelva al suelo, seguiré nutriéndolo. Por eso no me preocupo. Al dejar esta rama y flotar hacia el suelo, saludaré al árbol y le diré: «Te veré de nuevo muy pronto»».
De repente, comprendí: Tengo que ver la vida. No debo decir «la vida de la hoja»; debo hablar solo de la vida en la hoja y la vida en el árbol. Mi vida es simplemente Vida, y puedes verla en mí y en el árbol. Ese día soplaba el viento y, después de un rato, vi a la hoja dejar la rama y flotar hacia el suelo, bailando alegremente, porque mientras flotaba se veía ya allí en el árbol. Estaba tan feliz. Incliné la cabeza y supe que tenemos mucho que aprender de la hoja…
Mañana, seguiré siendo. Pero tendrás que estar muy atento para verme. Seré una flor o una hoja. Estaré en estas formas y te saludaré. Si estás lo suficientemente atento, me reconocerás y quizá me saludes. Y estaré muy feliz.
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